
Comunicación asertiva en adolescentes de Tumaco, Nariño
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Andrea Carolina Florez Madroñero
Daniela Alejandra Arias Romo
Katherin Fernanda Obando Rivera
Anyela Celene Rivera Arizala
Algunas aproximaciones teóricas que permiten
comprender estos resultados arman que los
comportamientos sociales son aprendidos a lo
largo del ciclo vital por lo que, ciertas conductas
de los niños y adolescentes para relacionarse
con sus pares, como el hecho de ser amable
con los adultos o reaccionar agresivamente,
dependen del proceso de socialización con
adultos de referencia y guras valoradas por
el adolescente (Betina y Contini, 2011). Así,
cobra relevancia el ambiente familiar y social
más cercano del adolescente para lograr
interactuar con modelos de comportamiento
que inuyen de manera compleja y sincrónica
sobre la comunicación asertiva.
En concordancia, Chala y Matoma (2013)
expresan que la forma como se comporta
y comunica el adolescente se debe, en
gran medida, a las pautas de crianza y
las características propias del sujeto que
afronta la transición entre la autosuciencia
e independencia de un adulto y la obediencia
de un niño. También mencionan que los
adolescentes, en ocasiones, se ven expuestos a
un entorno novedoso y exigente, donde deben
interactuar y relacionarse con compañeros,
docentes y directivos que en un primer momento
desconocen, además de verse expuestos a
responsabilidades diferentes a las del contexto
escolar; es por esto que, destrezas como la
asertividad, desempeñan un papel esencial
para facilitar la interacción y la adaptación a
este nuevo entorno. Con base en lo descrito,
Pérez (2013) expresa la relevancia que tiene
para el sujeto adolescente el sentirse parte de
un grupo y entablar relaciones sociales, dos
procesos que se apoyan en destrezas como
la asertividad, una habilidad que le facilita
alcanzar la liación e identidad con un grupo.
En otro aspecto, se debe destacar algunas
diferencias existentes entre hombres y
mujeres en cuanto al nivel de asertividad,
puesto que el género femenino presenta
mejores puntuaciones, lo cual fue evidente
en las puntuaciones T de este grupo, que se
encuentran entre el rango de 52 a 56, mientras
que en los varones, dichas puntuaciones oscilan
entre 46 y 54. Partiendo de los razonamientos
expresados, se trae a colación el estudio
realizado por Betancourth et al. (2017), quienes
en su trabajo también revelan diferencias
signicativas en cuanto a la variable género,
puesto que las mujeres presentan niveles más
altos en estas destrezas, las cuales incluyen la
comunicación asertiva. Se podría analizar que
el género femenino ha sido socializado en los
cánones de la abierta expresión de sentimientos
mientras que, en el género masculino, la
expresión de sentimientos resulta inapropiada
en algunos contextos, especialmente los
más tradicionales y machistas. Por otro lado,
las expresiones agresivas y de rudeza son
aceptadas en sociedad cuando son ejercidas
por el género masculino; estos aspectos,
marcados por factores históricos, sociales y
culturales, ayudan a explicar la incidencia que
estos estereotipos pueden desplegar sobre el
desarrollo de la comunicación asertiva (García
et al., 2014).
Igualmente, se puede inferir que el contexto
escolar puede estar aportando en el desarrollo
de estos niveles adecuados de asertividad,
armación apoyada por Caballero (2010),
quien encontró que las prácticas basadas en la
gestión democrática de normas, la educación
en valores y la puesta en marcha de habilidades
socioemocionales como la comunicación
asertiva, apoyan en la gestión de paz y
convivencia escolar, por lo que es posible inferir
que la articulación de habilidades sociales como
la asertividad en la escuela, lograría interferir
en las buenas prácticas educativas y, de una u
otra forma, contrarrestar los efectos negativos
que puede tener un entorno violento sobre el
desarrollo de esta destreza.
Con respecto a la dimensión de asertividad
indirecta, se puede identicar que, entre
los evaluados, no existe una inhabilidad al
momento de someterse a enfrentamientos
directos con otros individuos de su entorno,
bien sea en situaciones de su cotidianidad
referentes al trabajo, familia o pares, estudio,
trabajo u hogar, concediéndoles expresar
sus opiniones, sentimientos, peticiones o
limitaciones personales mediante el uso de
medios electrónicos o cartas (Flores y Díaz,
2004); en esa medida, los resultados indican
que la mayoría de los evaluados no necesita
expresarse de manera indirecta.
En la investigación de Mendoza y Maldonado
(2016), quienes también emplean la escala
EMA en adolescentes de secundaria, se